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Perú: un triunfo popular en medio de la polarización

Actualizado: 1 jul 2021

Después de la dura derrota de la derecha chilena en las elecciones de constituyentes y mientras la protesta social alcanza niveles inéditos en Colombia, en Perú se produjo lo inesperado. Un maestro del interior profundo, identificado con las organizaciones campesinas y con la izquierda, se impuso por mínimo margen en el balotaje presidencial. El eje andino neoliberal está herido de muerte.


Por Ulises Bosia.


Después de una primera vuelta caracterizada por una enorme fragmentación del voto, como analizamos aquí, los resultados provisorios de la segunda vuelta, hasta el cierre de esta nota, marcaban que poco más de 70 mil votos separaban a Castillo de Fujimori (con el 99,99% de actas procesadas). Semejante paridad ratificó la dificultad de ambos contendientes para construir una amplia mayoría.





Sin embargo, las razones de esa dificultad no fueron simétricas para ambos candidatos. Castillo consiguió el triunfo luego de superar no solamente a Fujimori, sino también a una enorme campaña de estigmatización y subestimación -mediante la manipulación de prejuicios existentes y la formulación de acusaciones de “terrorista”, “comunista”, “campesino”, “ignorante” o “improvisado”- de la que formaron parte los principales medios de comunicación del Perú. Indudablemente, el establishment peruano trabajó para evitar un triunfo de Castillo. Por lo tanto, la victoria del dirigente del magisterio se presenta como una victoria popular, particularmente de los sectores más castigados durante las últimas tres décadas de neoliberalismo salvaje, que apostaron al cambio.


Keiko Fujimori, cuya candidatura representó la continuidad del régimen económico y de la Constitución de 1993, en cambio, fue bendecida por un abrazo de las elites económicas, intelectuales y políticas del país. De esta manera, el “círculo rojo peruano” borró con el codo las acusaciones sobre el carácter corrupto y antidemocrático del fujimorismo que había escrito con las manos en el anterior balotaje presidencial. El apoyo de Mario Vargas Llosa, luego de décadas de enfrentamientos, fue el mayor símbolo al respecto. No es la primera vez, tampoco, que un abrazo de las élites resulta contraproducente en un país como el Perú, cargado por largos años de frustraciones, marginación y violencias hacia una parte importante de su población.


Naturalmente, aún cuando los resultados ya muestran una tendencia clara, el margen tan reducido y la tradicional falta de respeto por la voluntad popular que exhibe la derecha latinoamericana, abren la posibilidad de un escenario de no reconocimiento de los resultados, que se presenta como la tarea inmediata a enfrentar por parte de los sectores populares organizados y los partidos políticos democráticos. No sería la primera vez que un resultado electoral favorable deba ser convalidado en las calles con una muestra de fuerza contundente a través de la movilización popular.


Territorialidad del voto


La polarización resultante no solamente se explica a través de los clivajes ideológico/político y de clase social, que efectivamente se expresaron con nitidez en las urnas, sino también en clave regional. Naturalmente, en este último caso se trata de un antagonismo de carácter histórico, que remite a uno de los nudos irresueltos de la formación nacional peruana, principalmente entre la Sierra y la Costa, entre el centro y el sur andinos, por un lado, y el centralismo limeño por otro.


Pero esta rivalidad cobró nuevos bríos en el presente, tras los efectos de treinta años de neoliberalismo que intensificaron las amenazas a la agricultura campesina, al modo de vida indígena/comunitario, a las actividades económicas tradicionales en la zona andina y al medio ambiente serrano. Resultan ilustrativos los porcentajes del balotaje en departamentos como Ayacucho (83% a 17%), Cusco (83% a 17%), Huancavélica (85% a 15%), Moquegua (73% a 27%) o Puno (89% a 11%), todos favorables a Castillo; mientras que lo inverso sucedió en Lima (65% a 35%) o en Callao (67% a 33%), donde los porcentajes favorecieron ampliamente a Fujimori (es preciso tener en cuenta que solamente en Lima votaron más de 6 millones y medio de personas).





Las urnas dejaron en evidencia que detrás del “milagro económico peruano”, reivindicado por las fuerzas de derecha de todo el continente, se esconde la formación de un polo de modernización excluyente que combina la agroindustria orientada al mercado externo y la minería a cielo abierto, mientras gran parte del país es entregado a la desidia y el abandono. Los resultados de la elección muestran que ese país olvidado ya no está dispuesto a ser sacrificado y que consiguió cohesionarse para ponerle un freno a las agresiones.


De ahí la inversión de lo que habitualmente se esgrime contra las fuerzas populares latinoamericanas: no son ellas las que polarizan el campo político, sino las consecuencias de las políticas neoliberales las que dividen en dos a cada uno de los países. El campo nacional-popular, de izquierda o progresista, en todo caso, es el canal mediante el que se expresan las demandas de sus víctimas.


En este sentido la segunda vuelta peruana permite reflexionar sobre la dimensión territorial de la política latinoamericana, cada vez más visible, mientras se profundiza la influencia de las redes sociales, con la cual paradójicamente parece convivir. No solamente el caso boliviano, quizás el más extremo hasta el punto de llegar a poner en discusión la integridad territorial del Estado plurinacional, sino también Argentina o Brasil, son ejemplos de una tendencia que se extiende por gran parte del continente.


¿Una nueva época para la izquierda peruana?


El triunfo de Castillo no es poca cosa. Resulta difícil remontarse en el tiempo para encontrar otro triunfo electoral de estas características, donde un candidato identificado con la izquierda, con el sindicalismo, con los movimientos campesinos y con el interior profundo del país se haya impuesto en una contienda nacional. Se trata, posiblemente, del cierre de una larga época de más de treinta años en que los caminos de la izquierda peruana estuvieron bloqueados tras la tragedia que significó la experiencia sanguinaria de Sendero Luminoso.


Los desafíos de esta nueva etapa son enormes para las fuerzas nacionales, populares, progresistas y de izquierda del Perú.


En clave latinoamericana resulta central identificar la posibilidad de construir nuevas alianzas tendientes a la integración continental, luego de que el país haya atravesado toda la oleada progresista latinoamericana en la Alianza del Pacífico. Dicho sea de paso, tanto el histórico paro colombiano como los resultados de las recientes elecciones chilenas (que analizamos aquí), permiten pensar que, al iniciar la tercera década del siglo XXI, ese eje andino se encuentra en una crisis profunda. De ser un modelo para las derechas de todo el continente, pasó a ser un ejemplo de la crisis y la violencia social a la que conducen las políticas neoliberales y el alineamiento automático con los Estados Unidos.





En clave nacional, los desafíos son múltiples. En primer lugar en el terreno político, donde la fragmentación de la primera vuelta electoral produjo un Congreso sin mayorías, con el precedente de inestabilidad que caracterizó al país en los últimos años. En este contexto, para Castillo se impone como necesidad de primer orden conformar una amplia alianza nacional-popular, progresista y de izquierdas, para la cual se cuenta como base con el trabajo conjunto realizado hacia el balotaje por parte de Nuevo Perú y Perú Libre. Pero las divisiones son fuertes y el trabajo no será fácil. En segundo lugar, en el terreno sanitario, donde la pandemia de COVID golpeó muy duramente al país, que se encuentra entre los más castigados a nivel global, con una infraestructura sanitaria sumamente deficiente.

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