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11 de abril: claves sobre las elecciones en Ecuador, Perú y Bolivia

Actualizado: 1 jul 2021

Los resultados electorales de la última semana habilitan múltiples análisis e interrogantes sobre la realidad latinoamericana actual. Este artículo desarrolla brevemente algunas ideas y propone coordenadas para interpretar qué sucedió y algunas perspectivas hacia adelante.


por Lucas Villasenin, Santiago Hernández y Ulises Bosia.


¿Por qué triunfó el neoliberalismo en Ecuador?


Guillermo Lasso (Alianza Creo-Partido Social Cristiano) fue elegido presidente de Ecuador. Obtuvo el 52,36% mientras que Andrés Arauz (Unión por la Esperanza - UNES) consiguió un 47,64%. La participación electoral se mantuvo en un porcentaje similar a la primera vuelta, mientras que el voto nulo alcanzó un 16,3% a nivel nacional, superando el 30% en algunas regiones serranas. Las encuestas mostraban que para el ballotage el resultado iba a ser muy ajustado. Era la tercera vez que Lasso se presentaba como candidato presidencial (lo hizo anteriormente en 2013 y 2017). En 2017 logró ir al ballotage y Lenin Moreno le ganó por una diferencia del 2,3% de los votos válidos. La tercera vez fue la vencida para el banquero.



Si vemos los resultados finales del ballotage, en primer lugar observamos una sociedad que se muestra dividida por el clivaje correísmo-anticorreísmo. Después de los resultados de la primera vuelta, si se sumaban los votos válidos de Guillermo Lasso, Yaku Pérez (Pachakutik) y Xavier Hervas (Izquierda Democrática), que tuvieron discursos anticorreístas, se alcanzaba un total 54,81%. Este clivaje se impuso por sobre el intento de la campaña de Andrés Arauz de construir otro marco de debates políticos, enunciado como la necesidad de construir un “bloque histórico” entre “el progresismo, la unidad plurinacional y la socialdemocracia”, espacios representados políticamente por el correísmo, el partido Pachakutik y la Izquierda Democrática. Es decir la unidad de la primera, la tercera y la cuarta fuerza electoral contra las fuerzas neoliberales.



Aún así, una elección con tan escaso margen de diferencia se podría haber ganado, seguramente con una campaña electoral más eficaz o ajustando algunos elementos en el armado electoral. Pero ya es tarde para analizar detalles. El ejemplo ecuatoriano obliga a reflexionar sobre la actualidad de las fuerzas nacionales-populares y progresistas latinoamericanas. En este caso no fue suficiente la combinación entre una referencia renovadora como Andrés Arauz, que sirvió para dar una imagen joven y que referenció al progresismo con el desarrollo económico, y el liderazgo popular imprescindible de Rafael Correa.


También resulta prioritario fortalecer intrínsecamente los lazos con otros sectores políticos que representan agendas imprescindibles para construir nuevas mayorías. Resaltan en este sentido las limitaciones para establecer acuerdos firmes con el movimiento indígena y su partido Pachakutik, cuyo llamado activo al voto nulo fue determinante para el resultado del ballotage. Es necesario asumir las contradicciones y conjugarlas en un proceso imprescindible para que las fuerzas populares puedan impulsar una segunda oleada anti-neoliberal en América Latina.



Si algo podemos extraer de Ecuador a la luz de los resultados es que una identidad política popular que supo ser mayoritaria, sometida a un fuerte asedio, debe encontrar el equilibrio entre cerrarse sobre sí misma para protegerse y abrirse para no ser aislada y verse así bloqueada en su capacidad de construir victorias. Probablemente este desafío, que se ve con claridad en Ecuador, tenga en Brasil su próximo test importante.


¿Qué pasa en la sociedad peruana?


El resultado electoral en Perú es claramente el más difícil de analizar. Los análisis de la política peruana vienen cayendo en el descrédito día a día o en clichés difíciles de superar. Las sorpresas, la incertidumbre y la inestabilidad son parte cotidiana de la política peruana, que se encuentra en una crisis persistente.



En esta primera vuelta resultó ganador Pedro Castillo (de Perú Libre) con el 19,11% y en segundo lugar quedó Keiko Fujimori (de Fuerza Popular) con el 13,3%. Entre Castillo y Fujimori saldrá el próximo presidente o presidenta de Perú el próximo 28 de julio. Luego les siguieron López Aliaga (de Renovación Nacional) con el 11,68%, Hernando de Soto (de Avanza País) con el 11,5%, Yonhy Lescano (de Acción Popular) con el 9,10%, Verónika Mendoza (de Juntos por el Perú) con el 7,86% y otros doce candidatos.


Además, la suma de los votos en blanco y los nulos supera a la de cada uno de los candidatos y candidatas que se presentaron. Por otra parte, el próximo Congreso contará con unas diez bancadas, todas minoritarias, lo cual significará un gran problema para el próximo gobierno, sea cual sea el resultado de la segunda vuelta. El próximo gobierno tendrá menos apoyo que el de Kuczynski en 2017, contará con una minoría débil en el Congreso y con un rechazo a la dirigencia política cada día más expresado electoralmente. Muy probablemente, gane quien gane, la inestabilidad seguirá vigente.


Cabe destacar que en el período 2016-2021 hubo cuatro presidentes: Pedro Pablo Kuczynski que ganó en segunda vuelta en 2016, imputado por corrupción y echado por el Congreso; Martín Vizcarra, que corrió la misma suerte; Manuel Merino, quien duró cinco días y fue repudiado por la represión a las movilizaciones que lo cuestionaban; y finalmente Francisco Sagasti, encargado de garantizar la elecciones del presente año. A esto hay que agregar que todos los presidentes elegidos en los últimos cuarenta años están procesados y algunos condenados por delitos de corrupción.



Una de las pocas conclusiones que se pueden obtener del caos peruano es que en ese escenario se fortalecieron los discursos radicalizados, ante un panorama de fragmentación política. Una consecuencia novedosa de esta situación es que, merced a las divisiones de las candidaturas de la derecha, una fuerza de izquierda finalmente consigue llegar al ballotage, luego del precedente de 2016, cuando el Frente Amplio había logrado el tercer lugar con el 18% de los votos, mediante la candidatura de Verónika Mendoza.


Tanto las posiciones de Castillo como las de Fujimori cuentan con un arraigo relativamente importante en Perú, pero ambas visiones están lejos de garantizar certidumbres sobre algún tipo de orden político posible. De ahí que, de cara a las semanas que restan para el ballotage, ambos espacios pondrán a prueba su capacidad de articular sus propuestas para construir una mayoría, lo que no se presenta como una tarea sencilla.


En el caso de Fujimori, cuenta con una alta imagen negativa que ya le impidió ganar el ballotage en 2016, no solamente entre sus detractores históricos relacionados con las agendas del movimiento popular, sino también entre expresiones liberales vinculadas al establishment. En este sentido, es una novedad significativa -y preocupante- el apoyo que recibió, luego de la primera vuelta, por parte de Mario Vargas Llosa, quien hasta este momento era una de las figuras más destacadas del anti-fujimorismo. Un eventual triunfo de Fujimori marcaría un retroceso democrático muy grande en Perú.


En el caso de Castillo, deberá afrontar tanto las divisiones en la izquierda como la posibilidad de construir una interpelación mucho más amplia hacia el mundo popular peruano, trascendiendo el anclaje regional que logró. En su campaña consiguió expresar una singular combinación entre, por un lado, su perfil de dirigente sindical de los maestros, su procedencia campesina y su discurso de izquierda nacionalista y ambiental, y por otro lado una perspectiva conservadora en términos de derechos y de valores, vinculada a la agenda de sectores evangélicos, y una postura crítica respecto de las medidas de cuidado ante la pandemia.



En particular el éxito de Castillo respecto de la candidata de Nuevo Perú, que concentraba las expectativas previas de mejorar su performance de 2016, no está en que haya tenido propuestas más radicales, sino en que logró expresarlas de forma más creíble, con más visceralidad, y fue percibido como el verdadero “outsider”, algo que en un contexto de mala gestión de la pandemia y descrédito absoluto de la dirigencia política fue valorado como positivo por el conjunto social.


La necesidad de construir certezas que permitan vislumbrar un nuevo orden político es una necesidad de todos los movimientos nacionales, populares y democráticos. Pero en Perú esta necesidad se presenta más evidente que en ningún otro lado.


¿Cómo se construye un nuevo bloque hegemónico? El caso del MAS


Los resultados electorales de la última semana en Bolivia fueron menos trascendentes para América Latina que los anteriores, pero no por ello dejan de ser importantes para el análisis.



Se disputaron ballotages en los departamentos de La Paz, Tarija, Pando y Chuquisaca. En primera vuelta el MAS había salido primero en todos ellos pero luego perdió los ballotages en los cuatro departamentos. En La Paz sacó 44,34% contra 55,6% del candidato Santos Quispe (hijo del recientemente fallecido Felipe Quispe) de la agrupación indigenista de izquierda Jallalla. En Tarija sacó 45,56% contra 55,44% de Oscar Montes, que fue alcalde de Tarija y encabezó la lista Unidos por Tarija. En Chuquisaca sacó 42,68% contra 57,32% de Damián Condori, que ya era gobernador de ese departamento desde 2015, cuando fue elegido siendo parte del MAS. En Pando sacó 44,35% contra 55,64% de Regis Richter del Movimiento Tercer Sistema. Richter fue alcalde del municipio de Porvenir como candidato del MAS y renunció al partido para poder ser candidato a gobernador.


Bolivia tiene nueve departamentos. El MAS gobierna solo en tres (Cochabamba, Oruro y Potosí). Aspiraba, en palabras de Evo Morales, a ganar en dos más el último domingo. A pesar de no cumplir su objetivo, el MAS es el único partido con representación en todo el Estado Plurinacional. Frente a él, no hay nada parecido a una oposición ordenada y estructurada. El MAS es el partido que tiene más gobernaciones y conduce la enorme mayoría de los municipios del país (240 sobre 342).



Es importante destacar, a diferencia de los análisis que predominaron en sectores anti-masistas, que el intento de Camacho o Mesa de articular o darle un marco de derrota al MAS es relativamente débil. Los perfiles de los candidatos que triunfaron en contra del MAS están ligados al regionalismo, al indigenismo radical o son referentes recientes del mismo MAS. Están relativamente lejos de los perfiles y las ideas que representan tanto Mesa como Camacho. En otras palabras, estos resultados no expresan un cambio del sentir popular sobre el rumbo general del país, expresado de forma categórica en las elecciones presidenciales de octubre de 2020. Tal como señala García Linera: "Son candidatos muy cercanos al MAS, -¿pero se van del MAS y ganan?-, porque la oposición los apoya, no porque se sientan reconocidos con ellos, sino porque hay que hacer perder al MAS. Ha funcionado, ha hecho que el MAS pierda estás cuatro gobernaciones, pero no es un proyecto alternativo al MAS”.


El triunfo de Quispe en La Paz es uno de los fenómenos más sorprendentes. El MAS estuvo a muy pocos votos de ganar en primera vuelta y Quispe logró juntar al voto anti-MAS desde una perspectiva indigenista e izquierdista. Este fenómeno es similar al de Pachakutik en Ecuador con el correísmo.


Lo que sí es evidente en contra del MAS es que tiene una fuerte crisis de liderazgos locales al interior del partido –en palabras del mismo Evo Morales-. La derrota en El Alto por parte de Eva Copa (ex dirigente del MAS) y las derrotas en gobernaciones como Pando y Beni expresan esa crisis. A diferencia de lo sucedido en Ecuador, el MAS tiene el desafío de construir un nuevo bloque hegemónico desde el gobierno. Los espacios institucionales en manos de fuerzas ajenas al MAS, y que tampoco están en manos de quienes protagonizaron por acción u omisión el golpe fascista de 2019, son un desafío para el gobierno de Luis Arce para comenzar a implementar los acuerdos políticos imprescindibles para garantizar estabilidad en el país.


La posibilidad de diálogo con otros actores, de construir marcos de unidad más amplios y de manejar agendas de trabajo comunes inevitablemente debe superar al MAS si se busca bloquear la estrategia reaccionaria de cercar al masismo. También a diferencia de Ecuador, en este caso parece tratarse más de un ejercicio político cotidiano que de la incorporación de movimientos (indigenismo, ambientalismo, etc.). Evidentemente para construir un nuevo bloque hegemónico el MAS tendrá que repensar su misma lógica de acción política, que hoy parece verse desbordada por actores formados en su propio seno.


***

Sin determinismo ni conclusiones rígidas, las tres elecciones del 11 de abril arrojan desafíos tanto sobre los países en donde existen identidades políticas populares consolidadas, como la Revolución Ciudadana y el MAS, como sobre aquellos donde no han existido gobiernos de acumulación popular y aparecen fuerzas emergentes. Entre la ampliación, el desborde, la emocionalidad y la unidad siguen girando gran parte de las incógnitas para tener la fuerza suficiente para empujar las transformaciones que necesita nuestra región, castigada duramente por los tiempos de pandemia. El próximo test se dará en Chile, el próximo 15 de mayo.

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