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Brasil: una esperanza contra el fascismo

Por Paula Rossi.

Artículo publicado originalmente en El Destape | 1 de octubre de 2022



El próximo domingo 2 de octubre se enfrentan los candidatos Jair Bolsonaro y Lula da Silva por la presidencia del país más poblado de Latinoamérica.


Si algo se aprecia en las encuestas es la prominente inclinación del electorado hacia el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, tal como se presenta en el resumen de encuestas del informe electoral elaborado por la Universidad de Avellaneda y el Instituto Democracia. El gran desafío para Lula sigue siendo lograr una victoria en primera vuelta, para lo cual necesita más del 50% de los votos, objetivo que desde 1998 ningún candidato pudo lograr. Aún cuando en los sondeos de opinión Lula se encuentra diez puntos arriba de Bolsonaro, el triunfo en primera vuelta es posible pero no es el escenario más probable.

Muy por detrás de Lula y Bolsonaro emergen candidatos como Simone Tebet y Ciro Gomes. La importancia de este último reside en el reconocimiento por parte de distintas figuras del arco político e intelectual, quienes presionan para que baje su candidatura y cierre filas detrás de Lula, otorgándole así la cantidad de votos que serían necesarios para que pudiera ganar en primera vuelta. Aunque difícilmente esto vaya a ocurrir antes del próximo domingo 2 de octubre y la opción quede abierta ante un eventual balotaje.

Las tendencias electorales permiten entender que un triunfo del Partido de los Trabajadores (PT) iría en sintonía con los movimientos que vemos en el resto de Latinoamérica desde que se inició la pandemia. Los oficialismos no pudieron renovar mandatos y las presidencias fueron obtenidas por gobiernos del espectro más progresista o de izquierda. Este fenómeno lo vemos con Boric en Chile, Petro en Colombia y Castillo en Perú.

Un país más que polarizado

Cuando analizamos la campaña electoral de ambos contrincantes evidenciamos una gran polarización política. Presenciamos una campaña de “rechazos cruzados” donde ambos se encargan de construir su relato político a partir del rechazo al otro candidato. Con el agregado de que encontramos en Bolsonaro un aumento del autoritarismo, que es y será uno de sus grandes legados políticos.

Bolsonaro lleva como compañero de fórmula a Walter Braga Netto, un general retirado. Con esta movida política queda sellada nuevamente la representación de la corporación militar que obtuvo grandes beneficios durante la gestión bolsonarista. Un dato no menor es que 6.000 militares participan de la gestión pública desde 2019 y 8 de los 22 ministros actuales son o fueron integrantes de las FF.AA. Otros sectores que apoyan la fórmula son también previsibles: el grueso del voto evangélico, el apoyo de parte importante del empresariado -particularmente del agronegocio-, la clase media tradicional del Sur/Sudeste y los banqueros.

Otra expresión del autoritarismo de Bolsonaro se da en sus discursos antidemocráticos. A lo largo de su campaña puso en tela de juicio la validez del proceso electoral denunciando posibilidades de fraude en caso de que llegara a perder en la elección. La lógica antidemocrática aquí reside en plantear su probable derrota como fraude político y no como parte del riesgo que se corre cuando se compite por un cargo público. Algo similar a lo que llevó adelante Trump y sus seguidores con la toma del Capitolio en Estados Unidos se teme que pueda pasar antes del 1 de enero, cuando comience el nuevo mandato presidencial.

Por más que en los últimos días el actual presidente haya bajado el tono beligerante, estas acciones repercuten en sus seguidores planteando un clima de ideas de impugnación a la legitimidad de las elecciones y un aval tácito para las manifestaciones violentas. Enfrentándose a Bolsonaro, Lula pareciera enfocarse en lograr un frente democrático que permita sacar a Brasil de las dolorosas consecuencias de la pandemia y la crisis económica, propiciando la creación de un “Frente amplio” que incluye a figuras de la centro-derecha y la izquierda. Su fórmula presidencial lleva como vicepresidente a Gerardo Alckmin del Partido Socialista Brasileño, a quien enfrentó en la elección presidencial de 2006, demostrando la vocación por construir consensos y diálogos con sectores más alejados, como el caso del empresariado industrial paulista. En sintonía con ello, también es sintomático el guiño favorable propiciado por Fernando Henrique Cardoso, ex presidente y emblema del neoliberalismo en la región.

No nos podemos olvidar ni dejar de nombrar otros apoyos sociales que nutren a la campaña electoral liderada por Lula. Entre los apoyos principales a la coalición Brasil de la Esperanza se encuentra el de los sectores más empobrecidos del país especialmente del Nordeste, gente de bajos ingresos de las principales ciudades, integrantes de la Iglesia Católica, sindicatos y movimientos sociales, además de sectores feministas y ambientalistas. Una inquietud que emerge rápidamente es la capacidad de Lula, en caso de ganar las elecciones, de mediar con los diversos intereses que se encuentran hacia dentro de su coalición de gobierno.

Si bien se percibe una gran polarización política, no se trata de grandes ideas incompatibles que defiende cada uno dentro de un orden democrático. Lo que se observa preocupante y novedoso es ver en un extremo a un presidente que tiende a exacerbar la desconfianza hacia las instituciones políticas y, del otro lado, a un candidato en la búsqueda de consensos que logren la defensa de la democracia. Como expresó Lula hace más de un año: “Ahora, la polarización en Brasil es diferente. No está entre dos extremos, una derecha o una izquierda. La polarización en Brasil está entre el fascismo y la democracia”. Partiendo de esa caracterización es que el ex presidente buscó hasta ahora exitosamente instalar el clivaje entre democracia versus autoritarismo como el principal eje de la campaña electoral.

Un gobierno que promueve la inestabilidad

Más allá de ver estas cuestiones, también hay que entender que en general la gestión de Bolsonaro dejó mucho que desear y se expresa en los diversos sondeos de opinión (y, probablemente, en los resultados del próximo domingo). Muchos ciudadanos brasileños se han visto profundamente decepcionados por el deterioro de la economía y por ende por las condiciones materiales de su vida cotidiana y también por el desastroso manejo de la pandemia.

Hacia diciembre de 2021, los estudios mostraban que el 37% de los brasileños de bajos ingresos vivían bajo inseguridad alimentaria, es decir, sin saber si ese día lograrían alimentar a su familia. Simultáneamente los precios de los comestibles y las bebidas fueron en aumento durante 2022. Incluso aquello que parecería un punto fuerte, como la deflación de los últimos meses en la economía brasileña, sólo se logró a costa de bajas de impuestos en combustibles, lo cual significa menos ingresos a las arcas del Estado y al monto destinado a la inversión pública.

En la gestión de la pandemia, el gobierno de Brasil fue un exponente mundial del horror y el desastre. Un estudio presentado ante el Senado visibiliza el hecho de que se podrían haber salvado 120 mil vidas en el primer año de pandemia si se hubieran adoptado firmes medidas preventivas.

Las nuevas derechas y el fascismo no construyen estabilidad política. Por el contrario, tienen una vocación de minar constantemente las instituciones democráticas. Estos son fenómenos que se desarrollan tanto desde arriba, desde los gobiernos, como así también nacen y se desarrollan en la filigrana de la sociedad. En el caso de Brasil lo vimos durante todo el gobierno de Bolsonaro con medidas económicas que machacaron años de redistribución social, y con una gestión de la pandemia que dejó a los ciudadanos y gobiernos estaduales y municipales a la deriva. Además, este fenómeno se aprecia en las muertes y asesinatos de seguidores de Lula y en el aumento del punitivismo característico de los seguidores de Bolsonaro.

Una reacción (y acción) frente a estos hechos consumados fue el reconocimiento común de una parte de la sociedad brasileña (sindicatos y grupos empresarios, movimientos sociales, espacios intelectuales, artísticos y religiosos) y de la mayoría del sistema político, de que solo un liderazgo como el de Lula puede ponerle un límite al bolsonarismo. Esta reacción podría resultar exitosa si el ex presidente logra convertirse por tercera vez en presidente. Lo sabremos este domingo (o en su defecto el próximo 30 de octubre).




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