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  • Foto del escritorInstituto Democracia

Argentina - El Frente de Todos perdió las elecciones pero la sociedad le dio una segunda oportunidad

Actualizado: 22 nov 2021



Las primarias del 12 de septiembre habían resultado un duro golpe para el oficialismo. No solamente por los malos resultados en provincias tradicionalmente adversas para el Frente de Todos, sino sobre todo por los retrocesos en zonas donde había ganado ampliamente en 2019 (remitimos al análisis desarrollado acá), particularmente en la provincia de Buenos Aires y, dentro de ella, en algunos municipios del Gran Buenos Aires, corazón de su base social. Ante ese golpe, que produjo fuertes tensiones al interior de la coalición de gobierno, los resultados del 14 de noviembre fueron vistos como una remontada, especialmente en distintos municipios del Gran Buenos Aires donde se invirtieron las tendencias -cuyos casos emblemáticos fueron Quilmes y San Martín-, y en la provincia de Buenos Aires de conjunto, donde si bien se impuso Juntos por el Cambio, la diferencia fue menor a dos puntos porcentuales y el número de bancas obtenidas por cada coalición fue equivalente. También fueron relevantes para esa evaluación los triunfos oficialistas en las provincias de Chaco y Tierra del Fuego, que había ganado Juntos por el Cambio en las primarias. Sin embargo, no debe perderse de vista que esta última coalición se impuso en 13 provincias –incluyendo las cinco más pobladas-, mientras que el Frente de Todos lo hizo en 9 y fuerzas de orden provincial ganaron en las dos provincias restantes (Neuquén y Río Negro).


Esta supremacía opositora puede ilustrarse también a través de la integración de los resultados del conjunto de las 24 provincias, que permite distinguir una diferencia superior a los ocho puntos porcentuales entre ambas coaliciones (aproximadamente 2 millones de votos), si bien es necesario recalcar que se trata solo de un recurso ilustrativo, dado que analizar una elección distrital como si hubiera sido nacional supone una cuota de arbitrariedad metodológica. Quizás el análisis central sea desde el punto de vista institucional. En este sentido, en espera de la confirmación por parte de la Justicia Electoral de los números definitivos, por ahora el Frente de Todos mantuvo la primera minoría de la Cámara de Diputados de la Nación por un pequeño margen sobre Juntos por el Cambio. De los actuales 120 diputados y diputadas con los que cuenta, pasaría a tener 118; mientras que Juntos por el Cambio pasaría de sus actuales 115 integrantes, a 116. De consolidarse estos números en el escrutinio definitivo (hay tres casos donde las diferencias son tan pequeñas que pueden dar lugar a modificaciones –La Rioja, Río Negro y San Luis-), podrá decirse que el oficialismo continuará siendo la primera minoría, aunque sin alcanzar los 129 votos que requiere el quórum propio. Mientras que el macrismo, por su parte, habrá achicado la diferencia y fortalecido su posición legislativa mediante el ingreso de referentes de alto perfil, pero no habrá podido concretar su pronóstico de convertirse en la primera minoría ni mucho menos de poder arrebatarle la presidencia del cuerpo al oficialismo.


Por otro lado, en cuanto al Senado de la Nación, el Frente de Todos también redujo su posición, lo cual lo llevó a perder el quórum propio con el que contó en los últimos dos años, aunque sigue siendo primera minoría. De las 8 provincias que eligieron senadores, Juntos por el Cambio se impuso en seis, mientras que el oficialismo lo hizo en las dos restantes. Con estos resultados, el bloque oficialista quedará conformado por 35 integrantes –dos menos de los necesarios para tener quórum propio-, mientras que el bloque de Juntos por el Cambio contará con 31 miembros.


En síntesis, podemos decir que el gobierno retrocedió, pero lo hizo en menor medida de las expectativas que había generado públicamente Juntos por el Cambio después de las primarias. La dinámica parlamentaria deberá ser, ahora en ambas Cámaras, de mayor negociación con bloques que responden a partidos de alcance provincial que gobiernan sus territorios (Juntos Somos Río Negro, la Renovación misionera, el Movimiento Popular Neuquino y el peronismo cordobés, fundamentalmente). A pesar de haber reducido sus votaciones, estas fuerzas tendrán la llave para destrabar la aprobación de leyes por los próximos dos años. Causas de la derrota del oficialismo, desafíos y desborde por los extremos


Dado este panorama, es posible visualizar, en trazo grueso, dos grandes causas de la derrota electoral del oficialismo. Por un lado, los múltiples impactos sociales de la pandemia (sanitarios, económicos, sociales, educativos, entre otros) que Argentina debió afrontar en condiciones de gran fragilidad heredadas del gobierno de Mauricio Macri; por otro lado, la imposibilidad de convertir en realidad efectiva el mandato popular que surgió de las urnas en 2019: poner al país en marcha y recuperar los ingresos de las clases medias y los sectores populares.


Naturalmente, ambas cuestiones están estrechamente relacionadas y dan lugar a que el gobierno de Alberto Fernández, aunque haya obtenido importantes logros durante la pandemia (como por ejemplo los altísimos porcentajes de vacunación), haya sido blanco de un importante voto castigo y esté en deuda con la sociedad. La dureza de los años vividos indudablemente está en la raíz del triunfo opositor, pero al mismo tiempo es posible afirmar que fue relativamente bajo el precio que pagó el oficialismo, luego de atravesar condiciones tan particulares como las que ocasionó la pandemia en el marco de fragilidad del país.


De esta manera, el principal desafío del gobierno del Frente de Todos para la segunda mitad de su mandato será lograr cumplir esa promesa. En ese camino aparece en el escenario un elemento central: la firma de un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que permita reestructurar la deuda insustentable que este organismo multilateral le otorgó al gobierno de Macri –con explícita intención política por parte de la administración de Donald Trump-. Lógicamente, no se trata de una cuestión sencilla de resolver, pero de ella depende el comportamiento de variables económicas fundamentales para las condiciones de vida de la población: el valor del dólar, la inflación, la capacidad estatal para impulsar la demanda agregada, entre otras. La resolución de esta cuestión cobra una complejidad mayor debido a las importantes tensiones que quedaron en evidencia al interior de la coalición de gobierno, uno de los interrogantes centrales del momento político argentino. Si los resultados de las primarias generaban un escenario crítico para el gobierno, la remontada generó un panorama de mayor oxígeno para el abordaje de la segunda parte de su mandato.


Juntos por el Cambio, por su parte, logró recomponerse de forma muy vital a la derrota de 2019 y, sobre todo, a su fracaso en la gestión económica. No solamente demostró que mantiene la representatividad social de una parte importante de la población, sino que además consiguió incorporar nuevas referencias que le permitirán transitar los próximos dos años con expectativas de regresar al gobierno argentino. La dinámica de competencia interna será un desafío para esta coalición, que además sufrirá una fuerte presión debido a la irrupción de las fuerzas de extrema derecha, que llegaron al Congreso en estas elecciones. Fundamentalmente, deberá administrar de manera inteligente la tensión entre una estrategia centrista, atenta a disputar esa franja de votantes indispensable para construir una mayoría en 2023, y una estrategia dura, que apueste a contener a quienes sostienen posturas liberales en lo económico, autoritarias en lo político y conservadoras en lo cultural.


Veinte años después de la crisis de 2001, el sistema político argentino se encuentra firmemente articulado entre dos grandes coaliciones que sostienen proyectos de país antagónicos (entre ambas concentraron en estas elecciones el 75 por ciento de los votos). La dinámica de polarización se mantiene vigente y diferencia esta etapa de la que se vivía entonces, cuando la crisis de representatividad era generalizada. Como novedades aparecieron en estas elecciones dos fuerzas emergentes desde los extremos. Por izquierda, el Frente de Izquierda y los Trabajadores, que consiguió su mejor elección desde su creación, capitalizando el descontento de votantes del Frente de Todos. Por derecha, fuerzas libertarias que expresaron su descontento con el macrismo y determinaron la llegada a la Argentina del mismo fenómeno de derechas extremas que encontramos en otros países de Occidente. Finalmente, la baja participación electoral -que fue del 71,76%, en un país acostumbrado a guarismos más elevados-, combinada con el 3,5% del padrón que optó o bien por votar en blanco o bien por anularlo, dejan entrever la existencia de un creciente malestar social que representa un desafío central para la dirigencia política en su conjunto.

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